La (no) entrevista a García Márquez: Retrato colombiano

La (no) entrevista a García Márquez: Retrato colombiano

24/05/2021 0 Por escribodeviajes
Gabriel García Márquez (1927-2014) no gustaba de las entrevistas. Esta es una reconstrucción de la charla que me hubiera gustado tener con el escritor y periodista ganador del Nobel en 1982.

Por Arturo González Canseco

“El Gabo”, como popularmente se le conoce, dejó en sus memorias un excelente material para conocer de primera mano sus experiencias de viaje. En Vivir para contarla (2002) rememora sus años como testigo inigualable del siglo XX colombiano.

Esta (no) charla con García Márquez es el retrato de un latinoamericano que creyó en los viajes de la imaginación y en las aventuras de mar y tierra. 

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Infancia y juventud de García Márquez

-Usted nació en Aracataca y allí vivió su infancia, esa casa resultó muy memorable…

-La vieja casa de los abuelos en Aracataca, donde tuve la buena suerte de nacer y donde no volví a vivir después de los ocho años…

Pero sí volvió a esa casa a la edad de 23 cuando su madre le pidió que fueran para venderla. ¿Allí nació Macondo?

-Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética. Nunca se lo escuché a nadie ni me pregunté siquiera qué significaba. Lo había usado ya en tres libros como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enteré en una enciclopedia casual que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni fruto, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de cocina.

Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que en Tanganyika existe la etnia errante de los makondos y pensé que aquél podía ser el origen de la palabra. Pero nunca lo averigüé ni conocí el árbol, pues muchas veces pregunté por él en la zona bananera y nadie supo decírmelo. Tal vez no existió nunca.

¿Cómo era su vida a esa edad de los veinte años?

-Alternaba mis ocios entre Barranquilla y Cartagena de Indias, en la costa Caribe de Colombia, sobreviviendo a cuerpo de rey con lo que me pagaban por mis notas diarias en El Heraldo, que era casi menos que nada, y dormía lo mejor acompañado posible donde me sorprendiera la noche.

El “Grupo de Barranquilla” resultó muy importante por aquellos años…

-Los del grupo nos encontrábamos dos veces al día en la librería Mundo, que terminó convertida en un centro de reunión literaria. Era un remanso de paz en medio del fragor de la calle San Blas, la artería comercial bulliciosa y ardiente por donde se vaciaba el centro de la ciudad a las seis de la tarde.

Además de la librería también hicieron del “café Roma” uno de sus legendarios lugares de reunión…

-El café Roma no cerraba nunca por la razón simple de que no tenía puertas. Para mí era la casa que no tenía. Trabajaba por la mañana en la apacible redacción de El Heraldo, almorzaba como pudiera, cuando pudiera y donde pudiera, pero casi siempre invitado dentro del grupo por amigos buenos y políticos interesados. En la tarde escribía “La Jirafa”, mi nota diaria, y cualquier otro texto de ocasión.

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Gabriel García Márquez

El camino de las letras

¿El periodismo fue lo primero que lo mantuvo a flote en su carrera de escritor?

-Desde entonces no me gané un centavo que no fuera con la máquina de escribir, y esto me parece más meritorio de lo que podría pensarse, pues los primeros derechos de autor que me permitieron vivir de mis cuentos y novelas me los pagaron a los cuarenta y tantos años, después de haber publicado cuatro libros con beneficios ínfimos. Antes de eso mi vida estuvo siempre perturbada por una maraña de trampas, gambetas e ilusiones para burlar los incontables señuelos que trataban de convertirme en cualquier cosa que no fuera escritor.

¿Cómo era la Barranquilla de aquello años?

-Una ciudad que no se parecía a ninguna, sobre todo de diciembre a marzo, cuando los alisios del norte compensaban los días infernales con unos ventarrones nocturnos que se arremolinaban en los patios de las casas y se llevaban a las gallinas por los aires.

También pasó parte de su infancia en Sucre…

-Lo que me convirtió a Sucre en una población inolvidable fue el sentimiento de libertad con que nos movíamos los niños en la calle. 

Esa vida simple de nuestros pueblos latinoamericanos…

-Desde recién nacido en la casa de Aracataca había aprendido a dormir en hamaca, pero sólo en Sucre la asumí como parte de mi naturaleza. No hay nada mejor para la siesta, para vivir la hora de las estrellas, para pensar despacio, para hacer el amor sin prejuicios.

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La vida en la capital

Luego fue a Bogotá a terminar sus estudios…

-Hoy me atrevo a decir que por lo único que quisiera volver a ser niño es para gozar otra vez de aquel viaje. Tuve que hacerlo de ida y vuelta varias veces durante los cuatro años que me faltaban del bachillerato y otros dos de la universidad, y cada vez aprendí más de la vida que en la escuela, y mejor que en la escuela.

Por la época en que las aguas tenían caudal suficiente, el viaje de subida duraba cinco días de Barranquilla a Puerto Salgar, de donde se hacía una jornada en tren hasta Bogotá. En tiempos de sequía, que eran los más entretenidos para navegar si no se tenía prisa, podía durar hasta tres semanas.

¿Cómo era el transcurso de todos esos días de viaje?

-Los viajes eran lentos y sorprendentes. Los pasajeros nos sentábamos en las terrazas todo el día para ver los pueblos olvidados, los caimanes tumbados con las fauces abiertas a la espera de las mariposas incautas, las bandadas de garzas que alzaban el vuelo por el susto de la estela del buque, el averío de patos de las ciénagas interiores, los manatíes que cantaban en los playones mientras amamantaban a sus crías.

Imagino el impacto que fue la llegada a la ciudad capital para el García Márquez de la provincia…

-Bogotá era entonces una ciudad remota y lúgubre donde estaba cayendo una llovizna insomne desde principios del siglo XVI. Me llamó la atención que había en la calle demasiados hombres deprisa, vestidos como yo desde mi llegada, de paño negro y sombreros duros. En cambio no se veía ni una mujer de consolación, cuya entrada estaba prohibida en los cafés sombríos del centro comercial, como la de sacerdotes con sotana y militares uniformados. En los tranvías y orinales públicos había un letrero triste: “Si no le temes a Dios, témele a la sífilis”.

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La persistente lluvia en las tardes de Bogotá

García Márquez y los viajes

En 1946 le tocó vivir su primer viaje en avión, era toda una odisea ¿cierto?

-El vuelo a Bogotá se hacía dos veces por semana en un DC-3 de la empresa LANSA, cuyo riesgo mayor no era el avión mismo sino las vacas sueltas en la pista de arcilla improvisada en un potrero. A veces tenía que dar varias vueltas que acabaran de espantarlas. Fue la experiencia inaugural de mi miedo legendario al avión.

Quienes habíamos hecho la prodigiosa travesía fluvial, nos guiábamos desde el cielo por el mapa vivo del río Grande de la Magdalena. Reconocíamos los pueblos en miniatura, los buquecitos de cuerda, las muñequitas felices que nos hacían adioses desde los patios de las escuelas. A las azafatas de carne y hueso se les iba el tiempo en tranquilizar a los pasajeros que viajaban rezando, en socorrer a los mareados y a convencer a muchos de que no había riesgos de tropezar con las bandadas de gallinazos que oteaban la mortecina del río. El ascenso al altiplano de Bogotá, sin presurización ni máscaras de oxígeno, se sentía como un bombo en el corazón, y las sacudidas y el batir de alas aumentaban la felicidad del aterrizaje.

La turbulencia política de 1948 lo obligó a dejar Bogotá y para su fortuna, lo llevaría a su entrañable Cartagena, llegó en autobús…

-El conductor saltó del pescante y anunció con un grito mordaz, “-¡La Heroica!”. Es el nombre emblemático con que se conoce a Cartagena de Indias por sus glorias del pasado, y allí debía estar.

¿Cuál fue su sentir de pasar de la Bogotá de asesinatos a la Cartagena luminosa del Caribe?

-Habíamos llegado a la gran puerta del Reloj... Me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer.

¿Lo que cuenta y lo que ha escrito en sus memorias es tal cual como fue su vida?

-La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. 

Fuente

Gabriel García Márquez, Vivir para contarla.

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